domingo

Mi Barrio

Mi barrio; El Bosque tiene sus personajes y sus lugares, como todo barrio en cualquier lugar,
por eso me animo a contar de ellos, para que compartamos cómplicemente lo que son y hacen.

En el reino del Tukma-nao, no se quiere ir el verano, amagan unos fresquitos, unas lloviznas medio heladas, pero cuando se descuida sale el solcito de nuevo, y todo vuelve a la normalidad.
Cuando salgo a la calle, veo flores en los jardines, en las ventanas, y los Lapachos, los Crestones, las Tipas, los Fresnos, los Palos Borrachos, los Naranjos, los Siempre Verdes en las veredas con las hojas en su mayoría verdes, no se anima el otoño, todavía.
La gente anda suelta de ropas, y yo sigo con mis alpargatas y mi bermuda gastada y mi remera negra. “Que te así el rolinga” me grita el Gordo Mario de la esquina, una mezcla de Homero Sinpsom con Minguito.
Los changos vienen de jugar a la pelota en el parque Avellaneda en cueros, o descalzos, con las zapatillas en la mano.
Mi barrio; El Bosque tiene sus personajes y sus lugares, como todo barrio en cualquier lugar del mundo, por eso me animo a contar de ellos, para que compartamos cómplicemente lo que son y hacen.
A tres veredas de mi casa vive La María, una viejita, petisa, chueca, caderas anchas, infatigable, se camina todo, una carita llena de arrugas y sonrisas y unos ojos azules siempre vivos.
Ella hace “comida para llevar”, pero de años de conocerla, hace un tiempo me enteré de una parte de su personalidad, de su vida de vecina. En la cuadra, hay muchas familias que están hace más de cuarenta años, muchos de ellos muy viejitos, con hijos que se fueron a hacer su vida, o emigraron a otros lados, o simplemente no tienen familia.
Ella los conoce y compartía la vida del Barrio, pero ahora, les lleva comida, los atiende, y con algunos de sus hijos y vecinos se ocupan, cuidándolos, comunicándolos con sus familiares y a algunos les da de comer sin nada a cambio, solo por el hecho de ocuparse de ellos.
Sus empanadas son famosas por el solo hecho que están llenas de amor y solidaridad. Vende muchas y de eso vive.

Foto: 1) Parque Avellaneda 2) Cementerio del Oeste 3) Ermita Bazan Frías 4) Plaza Gramajo Gutiérrez 5) Gomero 6) Estatua Mate de Luna 7) Ex Escuela Agricultura 8) Tulio – Mazza 9) Parroquia Subterránea 10) Ateneo 11) Plaza Don Bosco. Para ver en detalles, hacer doble clic en la foto.
Para el lado del Parque y del cementerio del Oeste, sabía vivir, digo así, porque no se sabe nada de el, un viejo, mal entrazado, que todas las tardes recorría el parque con una bolsa de arpillera o las de los súper. Más de un padre, que jugaba con sus hijos, lo miró de reojo, o se puso en alerta cuando el pasaba.
Lo que muchos no sabían, que el viejito, recogía en su bolsa, vidrios, latas y a veces alguna jeringa con la que alguno de noche se drogaba. El parque ya no es el mismo desde que el no está.
El Parque Avellaneda, en la antigua pileta municipal, se refaccionó para generar espacios de cultura, en ella, últimamente actúan los grupos de teatro; Al Descubierto y Ankazo. En los últimos tiempos hay un fenómeno en este rubro, sobre todo el dedicado a los niños, se incrementó en Tucumán.
Sobre ese cementerio, en una de las paredes que da hacia el norte, a la par de un Eucalipto gigante, está una ermita pequeña, donde se ponen velas a la memoria de "El Manco" Andrés Bazan Frias, quizás el mas conocido de los "milagrosos tucumanos", murió a manos de la policía, mientras escapaba y trataba de meterse al cementerio.
Dice la leyenda, que el Manco no pudo saltar la tapia del cementerio, porque cuando estaba arriba, sintió la presencia del alma del sargento José Figueroa que él había matado y quedó paralizado, lo que produjo la reacción de aquellos que lo perseguían y le dieron muerte. Quizás, la "presencia" del policía Figueroa fue lo ñultimo que viño antes de viajar a la leyenda.
Los escritos que lo sucedieron dicen que su padre, lo veló toda la noche en el mismo cementerio y que entre sus pertenencias se un crucifijo, un escapulario y una medallita, además de una copia borroza y doblada de la orden de su captura.
Estos elementos religiosos, sumados a que un incendio misterioso hizo desaparecer su prontuario, llevaron a que al instante de su muerte comenzó la leyenda: El delincuente Manco Bazán dejó paso al Gaucho Bazán Frías. La cosa es que siempre hay velas prendidas.
Tiene dos lugares de devoción; el cementerio del Oeste (donde murió), y en su tumba que se encuentra en el Cementerio del Norte, el de los pobres.
Y un poco más halla, sobre la misma vereda y el mismo paredón, otra ermita con velas y flores, según dicen son los chicos y chicas, creo que 7, que murieron en un enfrentamiento con el ejercito, allá en los 70. Residían en sobre el pasaje, creo que Rubén Darío, y al escapar fueron baleados contra la pared y sus cuerpos estuvieron 2 días tirados al frente de la entrada del cementerio, en aquel gomero gigantesco que hay, quizás el árbol más grande de la ciudad.
El Cementerio del Oeste, o cementerio de los ricos, ocupa unas 3 manzanas, y esta llenos de monumentos familiares o de asociaciones o mutuales, tiene una calle arbolada y senderos llenos de monumentos, de distintas épocas y con apariencias muy bellas arquitectónicamente.
Para muchos es un lugar de paseo y de ir a pensar un poco. Es de 1854.
En el están los resto de tucumanos notables como; Lucas Córdoba, Brígido Terán, Benjamín Matienzo, Lola Mora y Ernesto Padilla. Tiene una superficie de 56.000 metros cuadrados y contiene 3.000 tumbas divididas en sepulturas, mausoleos, sotanitos, capillas y panteones.
Está ahí el conocido cura Carrone, creador del Comedor Infantil don Bosco, y aún hoy, los que eran sus chicos a quienes les daba de comer y vestir lo van a visitar.
Al frente del Cementerio, hay una plaza, que es muy raro el tucumano que conoce su nombre, tiene dos cosas que la distinguen de las demás, de por si es muy linda, llena de árboles, como el gigantesco Gomero (Ficus Elastica) que sobresale majestuoso por sobre todos las demás plantas (fue nombrado por alumnos de los colegios como el Arbol Notable del 2004) y una bellísima obra escultórica “El pensador”.
Es una escultura de 1911 que originalmente fue emplazada en la Plaza Independencia en ese mismo año y fue traída desde Roma (Italia), perteneciente al escultor tucumano Pompilio Villarrubia Norri. La plaza se llama Plaza Alfredo Gramajo Gutiérrez, un destacado pintor costumbrista, nacido en Monteagudo, Tucumán.
A la vuelta, yendo hacia la Mate de Luna y Asunción se encuentra la estatua de don Fernando Mate de Luna, el que fundo por segunda vez San Miguel de Tucumán y sobre la San Martín atrás de la Maternidad, se encontraba la Escuela de Agricultura, famosa en todo sentido, activa en la vida estudiantil política junto al Colegio Nacional y el Gimnasium. Fue trasladada a un lugar mejor. Ahora es un museo. En ese predio estaba la “canchita de la agricultura”, donde se armaban algunos campeonatos.
Sobre la Marcos Paz, el club del mismo nombre, que se clausuró porque nadie se ocupaba del el, luego fue una tanguería y ahora está cerrado. Muchos “eran” asiduos jugadores de bochas, cuyos “partidos” terminaban a la madrugada y los jugadores volvían a sus casas en un estado lamentable, como si ellos hubieran sido las bochas.
Sobre la San Juan vivía la Cachola, así le decíamos, su nombre René, una de las personas mas inquietas y alocadas que conocí, de chico no tenía ley, incorregible, cuando el llegaba a la esquina se terminaba la tranquilidad. Cuando jugábamos a la pelota, su manera molestaba a los contrarios, pero jamás respondía los insultos o los golpes, nosotros nos sentíamos obligados a cuidarlo. Se fue al sur del país, se convirtió en poeta y cuando volvió al pago, fue para morir de un cáncer fulminante, aún así recorrió el barrio y nos saludo-despidió a todos.
Al frente de la casa de René, la manzana donde están los Colegios Lorenzo Massa y el Tulio, con su parroquia vieja, que antes era un cine, con sus palcos ubicados en dos pisos, su piso de madera y la gran pantalla que nunca se utilizó, y que alguien pinto un sueño de San Juan Bosco. Los salesianos tenían en construcción una Iglesia en la otra esquina, sobre la calle don Bosco, una Iglesia subterránea, donde jugábamos a escondernos o vagar un poco.
Aún se conserva esa iglesia, que nunca fue usada, porque las napas de agua, muy superficiales la llenaban de agua siempre, y se convertía en una inmensa pileta, que usábamos a escondidas de los curas cuando el calor tucumano nos apretaba, el agua, muy fría, nos hacía salir muy rápido.
Ahora está vacía pues unas bombas sacan el agua, la construcción es bellísima, con ladrillos a la vista, urnas donde supuestamente estaría las imágenes de santos, hay un altar, iluminada solo por los ventanales que dan a la calle, a la altura de los pies de los que pasan por la vereda, conforma una figura muy bizarra, dirían mis amigos del teatro.
Sobre esta, se está realizando una iglesia nueva, con unos vitrales gigantescos sobre la vida de un santo.
Detrás de esta manzana se encuentra el Ateneo, un campo de deportes que reunía más de 2000 chicos los fines de semana y feriados, que en la década del 70 organizaba campeonatos de fútbol, básquet, natación, yudo y se practicaban todos los deportes y juegos habidos y por haber, no había limites para eso, había libertad para hacerlo. Sacó a muchos chicos de las calles.
Tambien estaba sobre la Don Bosco, en la misma manza que el Ateneo, el Centro de Ex alumnos, y una cancha de pelota a paleta, llena de jugadores.
En la calle Santiago estaba el sindicato de Smata, cuando éramos chicos, pertenecíamos al “coro” de los mecánicos y por unas monedas, cantábamos su marchita en los actos sindicalistas. Al frente, la sodería de los Gallo.
Y en esa misma calle, el Hogar de Ancianas de la Merced, un grupo de hermosas viejitas que viven su vida con saludos y sonrisas cuando pasas por su vereda y si las miras, seguro que te preguntan o cuentan algo y te sentís sanamente obligado a conversar.
Sobre esa vereda, hay un viejito flaco, con una gorrita y una escoba, barre todo, veredas, la orilla de los cordones, de su casa y la de los vecinos, siempre está arreglando algo, o pintando las baldosas de su vereda, con tarritos de distintos colores, los pinta, pero últimamente anda medio enfermo, porque su portón están sin pintar y la vereda hace rato que no es reparada.
En la Placita Don Bosco, donde está el Comedor Infantil se llena de changos y chinitas que juegan, cantan, corren y gritan. Era brava la gente de la placita, cuando los sábados se armaban los partidos de fútbol por plata, siempre había problemas, ahora está mucho más tranquilo.
Mas allá está el estadio de los cuervos de Central Norte, mis vecinos de más edad cuentan que no solo los llamaban así por el color de la camiseta negra, sino porque en la cancha había una pareja de cuervos domesticados que vivían en las tribunas. Cuentan que fueron víctimas de los hondazos de los hinchas contrarios cuando en los partidos se paraban en los arcos.
Te podría contar muchas cosas de mi barrio, de los viejos vecinos, de los nuevos edificios llenos de departamentos con gente que vino a vivir, de sus fábricas, sus negocios, de sus instituciones.
De las esquinas llenas de changos que se quedan hasta altas horas conversando y sus carcajadas y gritos de burla son parte del paisaje, de los viernes y sábados a la noche cuando los chicos salen a bailar o a tomar algo, o los domingos a la mañana temprano, cuando mi vecino -poco vecino- saca la basura y mientras va a comprar el pan la deja en otro cesto.
O cuando los changos vuelven de sus salidas, caminando despacio, las manos en los bolsillos, la camisa afuera del pantalón, hablando bajito, con la coreografía de bostezos y pateando alguna naranja agria.
Mi barrio como cualquier otro, pero único, original, grandioso. En otro momento te contaré de sus leyendas urbanas.